Según la Real Academia Española, faro dentro de la lengua castellana (a pesar de haber aceptado algunas barbaridades), la palabra Poder tiene varios significados, pero dos que hacen a lo que viene a continuación. El primero es “Tener expedita la facultad o potencia de hacer algo”. El otro, “Tener facilidad, tiempo o lugar de hacer algo”. En el primer caso se suele acompañar del prefijo Super (sobre todo para los que gustan de historias sobre héroes y tumbas) y se refiere a habilidades extraordinarias (el caso en cuestión). La segunda acepción, en muchos casos, tiene una connotación negativa al estar supeditada a una limitación, a una represión. “Hoy puedo” tiene una carga positiva pero analizado en profundidad (tampoco demasiado profundo) contiene la idea de que “no siempre puedo”; “Podríamos vernos”, deja abierta la posibilidad de que no y oculta, o deja de lado, algo mayor que es el deseo, el querer. En cambio, “Quiero verte” es más sincero pero a la vez nos deja más desnudos. “Poder” pareciera, demasiado seguido, estar bastante alejado del “Querer” (Sí, Joaquín, “que gane el quiero la guerra del puedo”). En los casos en que ambas van de la mano es cuando se llega a una sensación de plenitud.
En ciertos estados tengo el poder, en su primer significado y con el prefijo dicho, de ver la esencia de las personas (¡en tu cara, Saint-Exupéry!). Es como que me alejo de la escena, me vuelvo invisible (o en realidad dejo de prestar atención a lo que pasa a mi alrededor, que es casi lo mismo) y me concentro solo en las personas y sus formas de comunicarse, de adaptarse al medio, de forzar una identidad. El tema es que, para vivir en sociedad, nos creamos un personaje que, de alguna manera, es el que sacamos a la vida, el que se relaciona con el mundo, una especie de Surrogates, pero sin robots. Es el que empatiza, callándose algunas cosas, fingiendo interés en otras (e incluso sobrevalorándolas), para intentar congeniar en los círculos en que se mueve, dejando sus verdaderos intereses y gustos de lado. O, peor, ocultándolos. Esta es la encarnación de la segunda acepción de la palabra en su versión negativa. Y mientras este personaje que creamos más se aleja de nuestro verdadero ser, un ser más falto de cordialidad, con ciertos pensamientos criminales y algunas actitudes polémicas que serían gravemente juzgadas por la sociedad pero más real en sí, más lejos estamos de ser felices. Claro que en parte es necesario este Ser Social para relacionarnos, para tener un mundo en el que, medianamente, se pueda vivir sin que nos vayamos matando por ahí. Para esto, se hace menester La Mentira (“Tenés una boca para hablar, y comenzás a preguntar, y conocés a la mentira”. Charly nos acercó más a nuestro Ser Real que cualquier político o profesor). ¿Quién no querría decirle, cada tanto, al jefe: “Maestro, lo que me estás pidiendo es una boludez sin sentido que solo busca mantenerme ocupado para sostener una farsa”? ¿O a una pareja: “Prefiero ver un documental sobre los peligros de la desaparición del plancton en la Antártida que ir al bautismo del hijo de tu amiga un domingo a la mañana”? Pero nos callamos. Y cumplimos el pedido pavote que nos hizo el jefe. O nos vestimos de giles y madrugamos para que un cura le tire agua en la cabeza a un pibe (por suerte, es solo agua…) Lo complejo es que a la larga, si uno no es consciente de esto, ese personaje se convierte en el protagonista de su vida, y el otro, el real, en un mísero testigo.
Pero volviendo al tema, en cierto estado, yo tengo el poder de ver que tan grande es el personaje creado por alguien, de comprender el instante exacto en el que El Otro toma posesión de la persona. Es cierto que no es un poder por el que Los Vengadores me vayan a buscar pero tampoco es para menospreciar. Lo peor es que en esos momentos ya no puedo concentrarme en la charla sino que intento entender qué lo llevó a crear ese personaje y que tan cómodo se siente dentro de él; hasta llego a sentir el dolor y la opresión del Ser Oculto. Lo único que nunca pude saber es que tan consciente es la persona de esta lejanía, si entiende que está actuando, si logró conformarse con el Ser Creado y olvidó su esencia, o todavía, en algún punto, la sigue peleando. Y como todo gran poder conlleva una gran responsabilidad, el problema arranca cuando me miro y no sé si el que tiene dicho poder, el que escribe esto, es mi personaje o mi yo real intentando salir a su vida.
Texto publicado en Cuarteto Cultural en octubre de 2017