Elogio de la Impunidad

Cada tanto alguien escribe un elogio a algo considerado polémico, como una necesidad de diferenciarse o valorar algún significado de ese término denostado por la mayoría. Erasmo lo hizo con la locura (aunque Charly, desde su visión, lo resumió perfecto en una frase: “La locura es poder ver más allá”). Y si uno busca un poco en las librerías se puede encontrar con elogios a la lentitud, al olvido, al desequilibrio. En estas páginas, ya hablamos alguna vez de la impunidad, sobre todo encarnada en un gran personaje, pero es un término que nos representa, nos atrae.

A los que trabajamos (con algunos parates…) en oficinas con un horario fijo nos cuesta concebir que durante esas horas haya vida en el mundo de afuera (o sea, en el mundo). Y cuando nos toca hacer un trámite, ir al médico o cualquier cosa que nos saque de lo establecido vamos caminando obnubilados, sin poder dejar de observar con envidia a los que a las once de la mañana pasean, corren en una plaza o leen un libro en un bar. Tranquilos, relajados, despreocupados. Por momentos, nos gusta creer que es un escenario montado, un Truman Show aun más cruel para los pobres mortales que pudimos asomar un poco la cabeza, en un horario inusitado, de nuestras máquinas y reuniones. Pero en el fondo sabemos que no y esto, aparte de hacer que los envidiemos fuertemente, casi con odio, nos lleva a imaginar una vida ideal, sin apuros, sin responsabilidades, sin rigideces. Y a que nos preguntemos: “¿Cómo hacen estos tipos?”.

A ese estilo de personas los bautizamos “Los Impunes”. Pero desde la perspectiva positiva que da la impunidad. No como un violador que dejan suelto con artimañas legales, un policía que fusila por la espalda y es felicitado por el presidente o un genocida que un gobierno payaso manda a descansar a su casa. Hablamos de la impunidad sana. De ganarle al sistema. De salir de la rueda (aunque sea un ratito).

Hace unos meses me echaron del laburo y cuando empecé a buscar, en varias entrevistas, me preguntaron con un tono descontracturado pero firme: “¿Cuál fue tu mayor logro en el último trabajo?”. Y yo tuve que inventar alguna genialidad que me saque del apuro (o que me cierre la puerta de la empresa en los días en que no estaba del todo inspirado). Pero después lo pensé tranquilo y creo que la respuesta más sincera, más real, sin personaje de por medio, hubiera sido: “Y…mirá, lo mejor que hice fue aguantar tres años, lo que ahora me permitió tomarme unos meses de libertad”. Porque si bien siempre valoré ese lado de la impunidad, en este tiempo descubrí una parte maravillosa de la misma. La que te deja estar más con tu familia, con amigos, con uno mismo; mirar una película un día de semana a las dos de la tarde; hacer un asado un jueves (o dos) al mediodía; pasar horas escribiendo, jugando a la Play, escuchando música. O caminando por el barrio, corriendo en una plaza, leyendo en un bar perdido, confundido entre los impunes que alguna vez admiré y haciendo que algún desprevenido se pregunte “¿Cómo hizo este tipo?”.

Texto publicado en Cuarteto Cultural en marzo de 2018

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