#1 – Textos dispersos

Hacía un tiempo que venía con ganas de hacer unos Textos Dispersos más seguido, una especie de Newsletter. Sé que debería usar otro término por mi resistencia al abuso de términos en inglés pero ninguno me convenció: boletín me parece horrible, Aguafuerte demasiado Arlt; con columna sentí que iba a terminar enojado con gente que vende pastas (que, quizás, sea lo más parecido a lo que pueda pasar por acá). Pero volviendo, me interesa la idea de tener una constancia, cierta regularidad y una escritura libre sin la necesidad de una historia detrás, el simple devaneo de la mente tomando forma, cuerpo. Hablar de un disco, una canción que me haya gustado en esos días, alguna película o libros (¿vuelve Otra Vuelta en forma de fichas?) y mecharla con escenas de la vida cotidiana, con algún disparador e ir agregando algunos cuentos, los textos que escribo cada tanto para el Tumblr hermoso del Cuarteto Cultural. Y no quería abrir un nuevo espacio (hoy que tan de moda está stack). Pero, después de una tarde de arduo trabajo, logré configurarlo, con algunos trucos, en la misma página. O algo así. Un lujo.

A la vez, lo de la constancia es lo mismo que me aleja, esa especie de contrato implícito (más que nada, con uno mismo) que me obligue a escribir, a la búsqueda incesante de un tema del que hablar. Hay algo, desde siempre y ante cualquier actividad que me guste, en la obligatoriedad que me aleja. En parte, y que no es menor, es el temor a perder el disfrute. Hay una máxima, modificada, que reza “Trabajá de lo que amás y ya no amarás nada”.

El otro miedo es que, como bien dijo Busqued, tampoco hay tanto para decir y que me vea en la obligación de escribir por escribir, un texto vacío, por el mero hecho de juntar letras. O de obsesionarme con buscar ideas y dejar de lado lo otro, lo de escribir historias, que es lo que más me gusta. Así que esto de Textos Dispersos queda en un limbo, sin imposiciones, que me resulta cómodo. El formato y la periodicidad no está definido ni debería ser tan rígido. Por eso de la obligatoriedad y esas giladas que cada tanto me traban.

Desde la pandemia, ahora devenida en Home Office, tomé la costumbre de levantarme una hora antes del inicio laboral para escribir. El horario no es muy estricto (tanto el laboral como el de escribir), claro, pero intento hacerlo todos los días, salvo los que sufro algún desvelo nocturno, que no son pocos, para tratar de avanzar con algún texto o, al menos, para mantenerme en ritmo. Puedo pasar semanas en las que no escribo más que una línea o corrijo el mismo párrafo una y otra vez hasta que me convenza (o me gane el cansancio). En esos momentos de bloqueo es cuando empiezo a escribir otras cosas (o a pensarlas) y eso a veces me ayuda a destrabar el otro texto. Es medio inexplicable pero funciona. También, sostener un ritmo hace que después las frases salgan más fáciles, como si esto se tratara de un simple ejercicio. Como dice, cada tanto, Diego Geddes en su Newsletter: un ejercicio de escritura contra la procrastinación.

Cuando arranqué a pensar en armar esto estaba medio perdido en un texto, en un escritorio improvisado en el porche de una casa alquilada en San Miguel del Monte desde donde se ve la laguna, y también se escucha el caño de escape de varias motos que, a pesar de tantos años de evolución, siguen entre nosotros con su mismo sonido, a veces adrede buscado por sus dueños. Siempre que viajo vuelvo con la idea de que tengo que escribir más (y hacer más otras tantas cosas que me gustan pero que se pierden en el fragor de los días). Así que esto surge un poco de ahí. Veremos que sale.

El escritorio improvisado en Monte

Ya que estamos, dejo una canción de un disco que me gusta mucho escuchar cuando estoy de viaje.

«Sucede que a veces mirarse en el cielo es mirarse al espejo»

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