#7 – Hipótesis de la simulación

La misma semana que ascendió Barracas (y empecé a escribir esto) se estrenó la nueva Matrix. Serendipia.

“Nunca se molestó en entender que no les importa la realidad. La clave es la ficción. El único mundo que importa es el que está aquí. Y los humanos creen en cosas tan locas. ¿Por qué? ¿Qué valida y hace reales sus ficciones? Las emociones.” (The Matrix Resurrections)

Según la Hipótesis de la Simulación es imposible demostrar que no estamos dentro de una. De ser así, supone, todo lo que vemos, pensamos, sentimos, es parte de una entidad superior que lo creó. Una ilusión. Está relacionada, de alguna manera, con la hipótesis de Descartes del genio maligno. Y, claro, es una de las premisas fundamentales de las películas de las Wachowski. Nada de lo que vemos es real. Y el fútbol tampoco.

De esta manera, se puede decir que el libre albedrío es una utopía, y que cada movimiento, cada resultado, está digitado. Como si fuese un partido visionado en el gran PC Fútbol. Cuando éramos pibes, un amigo, hoy parte del mundo del fútbol, nos decía siempre con respecto a ese juego: “La máquina hace lo que quiere”. Y de a poco, pareciera, el mundo “real” se fue convirtiendo en lo mismo.

El hincha un poco lo acepta. Y encuentra sus alegrías en una victoria agónica o, en los tiempos post pandemia, en el simple hecho de poder ir a la cancha, de juntarse en el grito unísono de un gol con sus colores, de volver a ver la tercera dimensión del mundo. También, cada tanto, se enoja y jura no volver. Por ejemplo, cuando le roban 41 puntos, un mundial para unir a un pueblo quebrado, o cuando permiten que un equipo relacionado con algún poderoso de turno agrande las áreas para cobrarle más penales (siempre a su favor). Pero ellos, los que manejan los hilos, saben que el enojo dura un tiempo y que el hincha siempre vuelve. Y ahí reside su poder y nuestra debilidad. “Es algo irónico. Usar el poder que te definió para controlarte.” (The Matrix Resurrections)

Porque en realidad el fútbol está más allá de torneos, copas o ascensos arreglados. Mucho más allá. Como el hincha de Central con parkinson volviendo al único lugar en donde eso no existe (“Yo soy feliz en la cancha”). El señor al que le regalan una camiseta histórica del Aleti y se le viene toda su vida encima. O los pibitos que veo desde el balcón, mi nuevo lugar en el mundo, que se juntan todas las tardes y festejan los goles como si fueran por los puntos. Su vida es eso: los arcos improvisados, la plaza, los amigos; La fantasía y la esencia del fútbol en su máxima expresión (desde esta Newsletter arranco la solicitada para que le hagan una canchita de fútbol a estos pibes, la merecen).

Entonces, estos tipos utilizan eso a su favor. En los libros de historia quedará que el equipo de Sarandí fue campeón de Sudamérica cuando hace treinta años, es cierto que pasó un ratito, Fito cantaba “Dock Sud ya tuvo un hijo y lo bautizaron Arsenal”. Lo mismo Defensa que ya se posicionó como un equipo de primera y que juega copas. Ni hablar del ascenso meteórico de Barracas en los pocos años en que el Chiqui Tapia lleva como presidente de AFA, un título que parece vitalicio, casi papal. Pero nos acostumbramos, anillo de por medio, a que todo pasa.

Y es que, cada tanto, a pesar de la innumerable cantidad de pruebas en su contra, los hinchas necesitamos creer, tomar la píldora azul (sí, suena a otra cosa en estos tiempos) y seguir en un mundo de fantasía en el que nuestro equipo encontró finalmente el funcionamiento, los fallos arbitrales, casi todos a favor, son la encarnación de la justicia, y los errores no son más que eso, la falibilidad del humano. Y, a veces, debe ser así. O eso quiero, casi elijo, creer.

Es la única explicación que encuentro al grito desaforado de De Paoli tras el ascenso con el que (casi) nadie pudo empatizar. Un reseteo de memoria, una grieta temporal en la que solo los hinchas de Barracas (¿existen? ¿vivos?) pueden creer que alguna vez fueron perjudicados. Esto lo dijo él. De verdad. Los periodistas/compañeros/amigos le hacían notas hablando del funcionamiento del equipo, de su historia con el fútbol y armaron una historia como si todo fuera real. Y él lloraba y contaba del esfuerzo, y, realmente, parecía creerlo. Hoy Barracas está en un puesto que en un torneo normal debería estar descendiendo pero tiene nueve equipos por debajo.

Retomo este texto, por un lado, porque estoy empantanado con otro y, por otro, porque ayer nos tocó volver a sufrir la delincuencia de estos clubes que cuentan con la complicidad arbitral para sostener su farsa, esa simulación en la que creen pertenecer al Nacional (o a la categoría que sea). Es cierto que entre la cantidad de equipos que hay en Primera (28) y en el Nacional (37), son una minoría los que no pertenecen.

Y, a pesar, de que volví embroncado diciendo “Con este club de mierda siempre nos pasa lo mismo”, creo que basado en un poema de Borges, y “El fútbol es todo un negocio manejado por una runfla” (término dedicado para mi amigo Nacho), ya me estuve fijando cómo quedamos en la tabla y a qué hora jugamos el fin de semana, como si lo de ayer no hubiera pasado, mientras Los Indignos, esta parva de clubes, dirigentes, árbitros, representantes, nos siguen armando la realidad que les convenga. Y nosotros, los hinchas comunes, sin mucho más que una bronca post partido, nos tomamos la píldora azul, abrazamos la ficción y, resignados, la aceptamos.

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