#10 – De acá es todo para abajo

Veo por la ventana como el sol ilumina las ramas de un árbol desnudo que conserva los últimos rastros de hojas. Durante los últimos meses pasó de verde a marrón con algunos toques amarillos para luego deshojarse por completo. Luego volverán a crecerle y se convertirá en el árbol turgente que veo cada mañana al levantar la persiana pero ya no será el mismo. De fondo, una araucaria permanece inmutable. El paso del tiempo es inexorable pero diferente para cada uno.

¿Por qué se me representa el paso del tiempo entre todas las historias que podrían habérseme ocurrido con lo que pasa por la ventana frente a mi flamante escritorio? Por un lado, porque es el tema universal. Por otro, porque venía con la idea de escribir sobre eso y cuando defino el límite del tema a tratar (“si la defino la limito…”) suelen pasar estas cosas, y de repente el mundo parece hablarme, de diferentes maneras, incluso a través de recuerdos, sobre lo mismo. O me empiezo a detener en eso; una forma de percibir el alrededor con el prisma de lo que quiero contar.

Hay ciertas actividades que podemos hacer por un tiempo finito, sacando que todo es finito y que vamos a morir, claro. Pero me refiero a las que dependen de cierta fuerza o vitalidad que tienen una fecha de vencimiento mucho menor, o eso esperamos, que El Día Del Juicio Final (ah arrancamos bien arriba) y que conllevan una presión adicional: el saber que un día seguiremos vivos pero eso ya no lo podremos hacer, y la miraremos desde afuera como meros testigos. Esto se vuelve mucho más cruel cuando lo que está en juego es la pasión de uno.

Todo arrancó por las recientes despedidas de Román y Maxi Rodríguez, un tiempo después de que Messi pusiera en duda su presencia en el próximo mundial. Es pronto todavía para hablar de esto, con lo vivido el año pasado tan fresco, pero conservo la ilusión de verlo, al menos un rato, en la Copa del Mundo por venir. Pero ellos sí saben que su tiempo profesional, y que nosotros consideramos su pasión, aunque a veces no lo sea, es bastante corto. Y que después, una vez colgados los botines, hay grandes chances de que todo sea para abajo.

Cada vez que veo una de estas despedidas o a jugadores en su último partido empatizo con el vacío posterior, el saber que ya nada de lo que hagas va a estar a la altura de lo que viviste (Aprovecho la ocasión para volver a recomendar El 5 de Talleres). Quizás es la idealización de su profesión pero no puedo evitar sentirlo. Algo similar, a pesar de la gran diferencia, transmite La Extorsión, la última de Francella, en la que hace de un piloto que se acerca a sus últimos vuelos y la intenta estirar lo más que puede para evitar ese vacío, relacionado con la imposibilidad de volver a hacer lo que a uno la apasiona. ¿Cómo es el día a día para esas personas que ya su punto más alto lo pasaron? ¿Cuáles son sus motivaciones de ahí en más? ¿Qué vamos a hacer cuando se retire Messi?

Hace un tiempo escribí por acá, cuando esto todavía no era un newsletter, sobre mi regreso, triunfal y efímero, a un fútbol al que me tuve que acoplar, ya que no era el de mi grupo de amigos, y que duró no más que unos ocho partidos que incluyeron una lesión grave para uno de los participantes, al que le llevó bastante recuperarse, y varios dolores al resto. Cada vez son más los grupos en los que se habla de la práctica futbolística en pasado, casi todos, incluyéndome, ya volcados a deportes individuales, sin roce, ni tanteador, y en los que el placer arranca al haber terminado de realizarlos, postergando siempre el disfrute; la encarnación más triste de la búsqueda de salud (junto a la de tomar cerveza sin alcohol).

Al tratar de llegar a la génesis de este texto, aunque posiblemente sea mentira, un giro literario para darle un cierre, se me vino la última visita al oculista en la que me dijo que la vista estaba bien pero que “de acá es todo para abajo”. Entiendo que no tuvo como materia pedagogía.

Me gustaría haberme puesto en pose de pensador, de poeta, mirar hacia la nada, que en este caso sería una nada cubierta de diplomas, tablas con letras de diferentes tamaños y artefactos de medición, y replicarle “Se puede perder la vista pero nunca la mirada”, una clave para los que gustamos de escribir. Y, en realidad, un consuelo menor. Pero no salió. Me quedé derrotado, intentando encontrar un resto de humanidad en la persona que tenía delante, y me fui conforme con lo de que la vista estaba bien. Y con un texto que no sabía que tenía.

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