#15 – El alarido silencioso

Un viento intenso, junto a una copiosa lluvia, trajo alivio tras una semana de calor agobiante. El sauce de enfrente se mece acompañando al cambio de rumbo de la laguna. Me acomodo con un libro en la reposera dejando solo los pies al sol para conservar un poco de aquel calor que ya es pasado. A mi lado, El Pibito, también lee un libro que le acaban de regalar. Encima, me acercan un vaso de cerveza helada. Es domingo al mediodía y el entorno parece ideal. Es el mismo porche donde hace un año empecé a escribir el primer envío de este Newsletter disperso. En un rato juega Atlanta contra Almirante, un equipo al que venimos ganándole seguido últimamente (y que, otra vez, venceremos con un gol de un taco antiestético en una de las pocas llegadas que tendremos en todo el partido. Pero eso todavía es el futuro incierto). En contrapartida, el libro que estoy leyendo, en el mismo momento, me hunde en la oscuridad. Leo:

“Me detuve unos segundo más para dejarle monedas en los ojos a Ulises. Esas monedas inútiles que me regaló el día que me enseñaron a forzar una puerta, el día que entramos al edificio abandonado de la Biblioteca Nacional y, antes de llevarnos libros para usar en las fogatas, nos escondimos y les leí un cuento sobre una niña a la que invitan a una casa donde había un tigre que rondaba las habitaciones, y toda la familia tenía que tener mucho cuidado de no estar en la misma habitación con el tigre. Les tuve que explicar qué era un tigre y se maravillaron de que hubiese existido un animal así en el mundo porque dábamos por hecho que estaban muertos, todos los tigres, muertos de hambre, muertos por la contaminación, muertos de sed, muertos de ahogados, muertos con la lengua negra y los ojos ciegos, muertos de tristeza, muertos en las grietas de la tierra, en ese alarido silencioso del mundo partiéndose en dos.”

(“Las indignas”, de Agustina Bazterrica)

Los libros de ficción nos inventan mundos de fantasía; una realidad paralela que puede, para el que gusta buscar el subtexto que entraman, hacernos sentir cierta semejanza con hechos reales a través de alguna frase, una descripción, una sensación o la historia en sí. Claro que la buena literatura debe funcionar tanto para el que comprende el subtexto como para el que no. Por ejemplo, ya que estamos con Cortázar (de él es el cuento del tigre que menciona Bazterrica), cada uno puede interpretar lo que le parezca de Casa tomada. Pero aunque se lea literal, el cuento debe funcionar.

Por otro lado, hay libros que nos caen en el momento justo, como si vinieran a entrometerse en la realidad para hablarnos directamente, a veces de forma más feliz que esta, de lo que nos está pasando, del mundo que nos rodea. O del que se viene.

Desde que empecé a venir a San Miguel del Monte, hace ya más de una década, la laguna fue retrocediendo, dejando a la vista unas pequeñas playas, huellas de un futuro no muy prometedor. Esa misma mañana del fin de la ola de calor, de la lectura, del sol en los pies y la birra fría, cuando salí a correr y pasé por la compuerta que alimenta la laguna, me envolvió el aroma fétido de peces muertos por la falta de oxígeno y el bajo caudal. Unos días más tarde, se convirtieron en miles los cadáveres que recolectaron con un mecanismo aceitado que marca que no fue una excepción. Las noticias no son alentadoras. Una laguna que se secó casi por completo por acá, unos incendios forestales por allá (y el pavo de turno que quiere derogar una ley que los protegía, al menos, de los incendios intencionales con búsqueda meramente inmobiliaria).

Durante estos días, en varias de las charlas, sobre todo cuando podemos escapar a los tópicos imperativos de los precios, la inflación y la concha de tu madre, Milei, sale el tema. En parte, promovido por el calor que embota los sentidos. También, imagino, por el estado de desasosiego que acompaña a los que todavía no logramos verla. Mi hermano sentenció que en seis años comienza la debacle y que para 2050 el estilo de vida será hostil. ¿Tendremos que recordarles a los niños por venir cómo eran los tigres? ¿Qué era una laguna? ¿Cómo hacer una fogata de libros? En la novela de Bazterrica hay hasta bosques de árboles de metal eléctricos para simular el mundo perdido.

Como padre, uno tiene la obligación de transmitir cierta esperanza. Aunque sea por autoconvencimiento, por no sentirse un egoísta que trajo al mundo a un ser solo para sentirse realizado a sabiendas de que vivirá, en breve, las inclemencias del fin de los días (de la humanidad). La crianza se basa, en parte, en mentiras. Y, en la mayor parte, en demasiadas incertidumbres disfrazadas de certezas.

El cuento que lee la chica del libro a un grupo de niños que nunca aprendió a leer por crecer en un mundo devastado, es Bestiario. La escena, dentro de la tristeza que emana, es hermosa. Hay que leer a Cortázar. Hay que leer. Al menos, para mantener ese mínimo de esperanza que brinda una frase, para permanecer un rato en esos mundos imaginarios, aunque sean, por ahora, más oscuros que el real, que nos permitan levantar la cabeza para ver los restos de una laguna, saborear un fragmento, percibir la brisa en la cara, el calor de los pies al sol, el frescor de una birra helada y, al mirar al Pibito disfrutar de su libro, autoconvencerse de que estuvo bien, de que va a estar todo bien, y sentir cierta felicidad mientras ignoramos, hasta que ya se nos vuelva insoportable, ese alarido silencioso del mundo partiéndose en dos.

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