#18 – ¿Qué clase de ciudad es esta?

«Pensó que era más fácil imaginar la muerte que el tiempo que el mundo continuaría sin él»

(«El sueño de los héroes», de Adolfo Bioy Casares)

Robo un Amc Javelin amarillo con una línea negra en el capó y agarro a toda velocidad por la autopista que me saca de la ciudad, intentando perder a la policía. Vengo de asaltar un banco, tirotearme con los azules y logré escapar haciéndome de este auto por la fuerza. Al subir a la autopista, la cámara toma perspectiva y amplía su rango, lo que hace que pueda ver más allá. Es increíble como está diseñada la ciudad, pienso mientras observo las diferentes salidas, unos semicirculos que conectan con otras arterias por las que podría huir; otros destinos, otras historias. A pesar del nerviosismo que acompaña a un escape, disfruto del placer de ser humano, la capacidad transformatoria en la que hallamos belleza, arte. Acelero y el entorno me da ganas de manejar una larga distancia, llegar a las zonas donde las casas se empiezan a espaciar cada vez más de aquello que acabo de admirar dando lugar a campos extensos, árboles y mucho cielo donde poder descansar la vista sin nada que la detenga.

Paso entre dos coches a los que rozo pero logro acomodarme, y cuando me alejo un poco comienza a sonar una canción desde la estación de radio que había elegido el anterior, inmediato, dueño del vehículo. Tiene dejos de música electrónica, un estilo con el que no conecto, pero ese inicio con tonos menores me invade y me transmite una melancolía que desentona con la euforia tras un atraco de tal magnitud. No es una canción que hubiese elegido, nunca la puse por mi cuenta, aunque la escuché cientos de veces. Incluso, no sé de qué artista es. Pero, en ese momento, mientras me voy de Los Santos en la televisión, y por la ventana veo una hermosa noche otoñal de Luro, creo que es perfecta. Lady Hear me tonight ‘Cause my feeling. Is just so right. As we dance. By the moonlight. Can’t you see. You’re my delight.

Es sábado a la noche y las diferentes versiones de como se vive pasan por mi ventana. Algunos, vuelven de los restaurantes de la zona con la bolsa de las sobras y el andar de haber comido más de lo necesario. Otros, más jóvenes, lucen sus mejores ropas. Un grupo, utiliza la plaza de enfrente como su lugar de previa. Un celular funciona como parlante mientras ellos ríen, beben y gritan con las expectativas de la noche por delante. La mía se limitará a una película, un rato de NBA y culminará con una sesión de GTA (¡qué obra maestra!) hasta que me gane el cansancio. En otra época, una noche de sábado dedicada a los jueguitos estaba mal vista, incluso por uno mismo, por eso de la presión social y demás. Pero hoy, es la gloria. Crecer es aceptarse.

Volviendo a la música, en la previa, antes de que pase todo lo mencionado, veo un pequeño documental de gran título (“El Abstracto de la Música“) sobre la gira de Babasónicos por Europa, y, al terminarlo, Youtube me sugiere “¿Qué clase de ciudad es esta?”, de Bestia Bebé con Santiago Motorizado de invitado, una canción que también iría con el inicio del texto (y que ahora se convirtió en el título, aunque para los que lean ya está desde el principio). Continúa con la gran versión, tan viralizada pero no por eso menos genial, que hizo el cantante de Él Mató de “No podrás”. Y esa me lleva, esta vez a través de un algoritmo propio, interno, a “Aprendiz”, de Alejandro Sanz. Párrafo aparte (aunque no) para la tremenda banda que lleva Sanz al Unplugged. Y lo hermosa que es la interpretación. La canción que sigue no salió en esa noche de sábado, sino que me acordé unos días después cuando escribía esto en donde la lógica lineal de la existencia no tiene sentido: Jarabe de Palo junto a Ale Sanz haciendo “La Quiero a Morir”. Al buscarla, como si fuese inevitable que entre en este texto, como si siempre lo hubiese estado esperando, me encuentro con que el video arranca con un viaje en ruta, una guitarra, y el súmmum llega con la aparición de Sanz cantando “Me dibuja un paisaje y me lo hace vivir”. Tremenda letra. Soy solo un chico enfrente de una canción pidiéndole “que me sacuda el alma”.

En esas sincronicidades que se dan en el mundo, una más, al otro día, paso por Flores y en donde estaba uno de los boliches que frecuentaba, esas noches que no me rendía ante el canto de sirena de un juego o lo dejaba para el regreso de la matinée, en el que “Aprendiz” debe haber sonado en la voz de Rodrigo y “La Quiero a Morir por DLG (¿quienes?), están construyendo algo, posiblemente un edificio de esos nuevos, con una arquitectura lisa, anodina, indistinta. Algo similar me pasó hace unas semanas cuando fuimos a Ramos y nos acercamos al lugar donde nos conocimos con La Patrona. La ciudad va borrando las huellas de lo que fuimos hasta convertirse en una nueva, irreconocible, indiferente. Dicen que uno termina de morirse cuando el último que lo recuerda también se muere. Pero, ¿qué pasa cuando a uno ya no le quedan sus puntos de referencia, los lugares seguro a los que volver, a los que aferrarse? ¿Cuando la ciudad se le vuelve extraña? ¿Qué clase de ciudad es esa?

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