#20 – Cuando me visto para simular

Afuera llueve y es una nueva noche, más que fría en el barrio, hostil, un escollo que tendremos que superar a la hora de emprender la travesía hasta la fiesta que comienza a las doce de la noche. ¿A quién se le ocurre hacerla a esta hora? Una de las pocas cosas buenas que dejó la vida de oficina, es la idea del Después De La Oficina (vulgarmente conocido como After Office), un horario acorde a la vida moderna, sobre todo para los que tenemos descendencia, que podremos volver a eso de la dos con la autopercepción de haber vivido una gran juerga, y cuando el niño, completamente ajeno a las heridas de la noche, se despierte a las ocho, nueve, de la madrugada nos habrá dado un descanso medianamente digno para afrontar el día de juegos todavía con el zumbido que legará el volumen desmedido, y los achaques del poco sueño y la mezcla de alcoholes enlenteciendo la comprensión del mundo alrededor. Los domingos, en los juegos de las plazas, se los puede reconocer a los que salieron tratando de ocultar las marcas de la noche detrás de lentes de sol, restos de perfume o con indicios en caras necesitadas de una siesta reparadora que solo podrán obtener de romper las limitaciones de la cuota de pantalla de los niños, una de las grandes luchas de la modernidad.

Con unos amigos, nos juntamos a hacer la previa más que nada para intentar darnos apoyo, mantenernos despiertos y que no nos venza el canto sirénico de la mantita y el sofá antes de la titánica excursión que deberemos afrontar para llegar al lugar. Mientras charlamos, el ficus de la vereda de enfrente se mueve amenazante y las intermitencias de la lluvia hace que sopesemos el cariño a la cumpleañera, los grados de separación. Algunos, los que no se acercaron a la previa, que podría haber sido previa y post en un mundo normal, ya que se hizo la una de la mañana y el alcohol transmutó de su calidad eufórica a la somnolienta, cayeron derrotados ante las inclemencias del clima, de la edad.

Es ahora”, dijo alguno y allá vamos, con capas de ropa que entorpecen nuestros movimientos, que desencajan con los códigos de vestimenta de cualquier fiesta pero tratando de hacerle frente al frío, a la lluvia, a la tentación del hogar.

Llegamos a una casa escondida en el medio de la zona conocida como Avellaneda (la de capital) aunque en realidad queda sobre una de las calles perpendiculares a la avenida de la venta de ropa en locales y veredas; un pequeño antro que se alquila para este tipo de eventos, y que, acorde al territorio donde está ubicado, exige el pago de todo en efectivo, una práctica que, con los precios de hoy en día, va quedando obsoleta.

De repente, son casi las tres de la mañana y hace por lo menos cuarenta minutos que no conozco ninguna de las canciones que sonaron. Muchos de los presentes las cantan a los gritos, sintiéndolas, con complicidad pero a mí no me remiten a nada, no me resuena de ningún pasado que, al menos, me transmita nostalgia; no me mueven ni una fibra. ¿Cuándo se volvió algo tan ajeno aquello a lo que llaman fiesta? Nada me hace sentir más afuera que cuando la música no me moviliza. Podría decirse que, al menos, me llevó a volver al Newsletter que tengo un poco abandonado. Buscar una victoria ante la adversidad. Reviso la nota en el celular que empecé a escribir ahí mismo y dice: «Son más de las dos de la mañana. Hace por lo menos, y ese por lo menos no es despreciable cuarenta minutos que no conozco una canción. Las luces oscuras dificultan distinguir con quien hablo…» (sic).

Me alejo un poco y me refugio en las lindes de la pista con una lata de cerveza como excusa para mi presencia en el lugar, para tener algo que hacer. Las luces, demasiado oscuras, me dificultan distinguir con quien hablo (déjà vu), así que saludo a algunos que creo reconocer. Igual, es un cumpleaños por lo que sino los conozco creerán que soy un tipo cordial. El volumen tampoco ayuda. Incluso me río de alguna frase que no logro entender lo que me recuerda al Calamaro de “Situación de sala de ensayo” que ante una pregunta que no escucha solo responde “Muchas gracias”. Esa misma semana fue el cumpleaños de Andrés, por eso, quizás lo tenga tan presente. También porque algunos con los que estoy compartiendo (si esto de no verlos ni escucharlos se puede llamar compartir) la noche son anti-Calamaro. Así estamos. Pero bueno, no hay que olvidar que este es un país en el que alguna vez se pidió una selección sin Messi. ¿Cómo pueden no querer a alguien que hizo Alta Suciedad? ¿Que escribió Buena Suerte y hasta luego? ¿Los Aviones? ¿Una canción como Paloma, en la que los músicos mantienen el mismo tono, y la potencia se la da la letra y la interpretación del tipo que, supuestamente, no sabe cantar? ¿Alguno de los que estamos acá hicimos algo a esa altura, en la rama que sea que nos guste o a la que nos dedicamos?, pienso, en la oscuridad, perdido en una fiesta, con una birra que se fue calentando y una música que sigue sin interpelarme.

Unos días atrás fui a la presentación de No Morí, el nuevo disco de Mostruo! en el C.C. Richards, un lindo lugar que no conocía y una banda que me encanta. Fue un gran show. Ya, cuando se acercaba el final, Lucas Finocchi tomó la voz (a lo largo de las canciones van intercambiando ese rol con Kubilai Medina) para hacer El Capitán, temazo de su disco Perfecto, el primero que escuché de ellos. Y me dejó la frase que conecta todo esto. Aunque dice Alta Sociedad, con un guiño, entiendo, a Andrés, siempre la canté como Alta Suciedad e, incluso, le da un mejor contexto a la misma en mi percepción. O en mi mundo. Y, en definitiva, una vez que uno se apropia de la obra de otro, lo único que importa es lo que le genere, aunque piense diferente.

“Cuando me visto para simular que soy el mismo del ’96, quisiera poder enfermar a un chico de Alta Suciedad, con lo difícil que resulta para él no ser normal”.

La fiesta se va terminando. En realidad, para nosotros. El resto, los que realmente pertenecen a ella, están en su apogeo. Festejo con un puño interior la confirmación del Uber que nos devuelva a la zona de confort. no hay que temerle a la misma; que nos aleje de ese ritmo tropical que nos vino a destruir (cuatro artistas de rock y uno de ska fueron mencionados en el texto, y ninguno fue lastimado en la realización del mismo). A la mañana, me despierto tarde, cerca de las once, ya que El Pibito no durmió en casa. Me encuentro bastante entero. Está el zumbido, claro, y un ligero dolor de cabeza debido más a la temperatura de la bebida que al exceso. Mientras pongo el agua para el mate, me acerco a los discos para poner algo de música. Me atacan los fantasmas de los sonidos nocturnos que no puedo diferenciar en aquellas unidades separadas llamadas canción. Pero no tengo dudas de qué poner. Y el sonido de la guitarra que abre el disco me dice que todo va a estar bien, que ya pasó, que estoy en casa.

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