Ivo, un amigo que vive en España, autor del recomendadísimo “Mil Intentos”, me trajo de regalo uno de los mejores discos de los últimos años, del que ya hablé por estas páginas: Se nos lleva el aire, del gran Robe. ¿Tiene sentido hablar de páginas en estos envíos?
Hay algo único en poner un disco por primera vez. Pero ponerlo de verdad, no darle Play a una imagen de aquel objeto que llamábamos disco. La parte háptica completa la experiencia. De esto también hablé en otro texto (que, de paso, dejo por acá) así que no voy a ir a eso.
En este caso, luego de escucharlo mucho durante meses (según el resumen de Spotify, cuatro de las cinco canciones que más puse este año son de ahí. La otra fue «El rock and roll pasó de moda«, de Bestia Bebé, que también se relaciona un poco con la temática del texto), pude pasear por el libro con las letras y el arte, y la primera imagen con la que me encontré era un cauce seco con un cartel que rezaba “Por aquí pasaba un río”. En la última página, la idea se repite en otro río (o en otra parte del mismo) con las siluetas de la banda desapareciendo (“Se nos lleva el aire”). Nostalgia, buena música y fin del mundo. Ya me tenés adentro, Robe. Otra vez.
Volviendo a la frase del cartel, la canta solo en la primera canción del disco pero no fue hasta ver la foto que terminé de comprender su peso, justo en un tema que habla desde la levedad del ser (“Consciente de mi volatilidad, me he empezado a disipar”). La canción parece hacer referencia a una separación (¿uno de los dos murió?¿Importa?) y dice “Venme a ver, a ver, ya nada es igual, por aquí pasaba un río. Venme a ver, a ver si es casualidad que nos hayamos perdido”. La idea de “Por aquí pasaba un río” para una pareja que se terminó me parece perfecta y me surge la duda de si Robe estaba escribiendo la canción y en medio del proceso se encontró el cartel o al revés. Por otro lado, y de ahí el germen del texto, creo que nunca le hubiera dado la significancia a la frase de no haber visto la foto, de no haber tenido el álbum físico. Y es una frase que solo dice una vez, dos segundos en un disco de casi una hora, y que ahora ya no hay forma de que me pase inadvertida. La potencia de la conexión entre lo físico y lo etéreo, lo intangible.
Unos días después de ponerme a escribir esto, en una nueva serendipia, quizás como la del Robe con ese cartel, encuentro en la Newsletter “Mil Lianas”, en la que habla, entra otras cosa, del libro “Ideas diversas”, de César Aira la siguiente idea: “La imagen digital es fantasma del objeto. Tengo la teoría de que el objeto va a volver, con toda su realidad, su dignidad, su belleza, su apelación a los cinco sentidos. No creo que la humanidad se resigne al mundo espectral de las pantallas, teniendo a su alcance a los objetos. Sobre todo porque el objeto nunca se fue del todo. Los mismos dispositivos del mundo digital, pasablemente fetichizados, están ahí para recordarlo”. Siempre hay alguien que lo dice o ya lo dijo mejor. Ese es uno de los escollos con los que nos enfrentamos los que gustamos de esto de escribir (además, “Ideas diversas” y “Textos Dispersos” también tienen algo en común) pero yo creo lo mismo que el colega Aira.
Una de las cosas que más me preocupa de cuando el sol haga su último movimiento y se lleve puesto a todos los planetas a su alrededor es que se pierda para siempre todo esto que fuimos. Y esto será inevitable, a menos que nos expandamos hasta afuera del sistema solar. Prefiero el final Spielbergiano (se me vino Inteligencia Artificial al pensar en esto) de una especie que llegue a un planeta devastado, inhabitado, y que, entre los escombros, se encuentre una biblioteca, una discoteca (en el sentido de conjunto de discos, no un lugar bailable que es para analizar en otra forma, en otro texto) o una filmoteca y al revisarla uno diga: “Che, ¡qué lástima! Por acá pasaba un río».