#13 – La música del azar

«La música traía el olvido, la dulzura de no tener que pensar ya en sí mismo». («La música del azar», de Paul Auster)

Era el último día del invierno. Salí a deshoras, en búsqueda de unos víveres que habíamos olvidado comprar. Las calles estaban transpiradas por la humedad que horadaba los huesos, los autos, las ganas de vivir. Entré en una panadería a punto de cerrar. Una parte de la misma ya estaba con las luces apagadas, lo que le daba un aura más triste al final de la jornada. Los empleados me atendieron en automático mientras terminaban de cobrar las pocas mesas que aún permanecían ocupadas y cerraban la caja. En ese momento, desde la radio comenzó a surgir la guitarra suave de “Si tú no estás”, de Rosana y la escenografía armada cobró sentido. Estiré mi estadía en el lugar para llegar a escuchar el momento cúlmine cuando la cantante cambia el fraseo para dale fuerza a las palabras por venir: “Derramaré mis sueños si algún día no te tengo”. ¡Qué bien queda ese derramaré ahí! Temazo. Me fui afectado con ese placer culposo de las buenas canciones que a veces nos cuesta aceptar que nos gustan.

Unas noches después, me tomé un taxi y me acomodé para mirar por la ventanilla la madrugada de Buenos Aires. La situación requería una canción como la de la panadería. Podía ser un lento en inglés. Me hubiese gustado un Bon Jovi, la noche pasando por la ventanilla con Never Say Goodbye (¡Qué melena, JonBon, eh!) o I’ll be there for you acompañando. También me conformaba con la (¿única?) de Gianluca o una del gran Ale Sanz. Pero no, el mundo suele vivir equivocado y, comúnmente, no quiere ajustarse a las necesidades de los que lo habitamos, como sino fuéramos el centro del mismo, y del parlante surgían unos sonidos extraños sobre los que una mujer cantaba: “Te fuiste diciendo que me superaste y te conseguiste nueva novia. Lo que ella no sabe es que tú todavía me esta’ viendo toa’ la’ historia’”. El contraste fue brutal. ¿Cuánto dolerá lanzarse de un taxi en movimiento?, pensé cuando agarró una curva a gran velocidad por una Juan B. Justo semi vacía. Después me enteré que la cantante es Karol G (para mí, hasta el momento en que la busqué en Google, si me preguntabas, Karol G cantaba en inglés). El nombre de la canción (TQG, Te Quede Grande…) es una sigla surgida de una frase de la sesión de Shakira (que participa en la misma) con Bizarrap. Una conjunción de errores que llevó a que en la madrugada me cruzara con esa canción. ¿Por qué a Clara le tenía que gustar tanto esa mermelada?, me pregunté. Parece que era una madrugada de grandes interrogantes. Así nació la filosofía.

La verdad es que no tengo nada contra Karol G, la cantante en inglés que no es, pero no creo que nadie vaya a replantearse su existencia escuchando su música en un taxi en la madrugada de Buenos Aires (o en cualquier horario, en cualquier ciudad). Los taxis deberían venir de manera que podamos identificarlos a los lejos. “Acá se escucha Aspen”. Y ahí iremos contentos los noctámbulos que ya no estamos para cerrar los bares. Porque, claro, mi hora de regreso de aquella noche era la de salida de otros, y, supongo, por eso la música elegida. O también porque el conductor se quería mantener despierto. Lo comprendo pero no lo comparto.

Entiendo que hay una parte que tenemos que soltar, dejarnos llevar por lo que el mundo proponga para que haya algo de sorpresa en la rutina diaria y que modifique el tiempo por delante.

En una época, tenía como costumbre entrar a una página de música y descar…comprar, completamente legal, algunos de los discos que aparecían en la portada sin saber nada del mismo. Un salto al vacío sin algoritmo de por medio que homogeneizara las opciones y las redujera a un universo en el que todo es igual, en el que pareciera que a todos nos gusta lo mismo, que pensamos lo mismo. Podía ser por la tapa, por el nombre del disco, de la banda, algo que me llamara la atención. Entre esos, conocí “La Primavera del Invierno”, de La Maravillosa Orquesta del Alcohol. Imagino que esta vez me convocó el nombre de la banda. Podría conjeturar que si lo hubiesen compartido con la sigla con la que se hacen llamar, La M.O.D.A, los hubiese desestimado. Cada uno tiene dentro su propio algoritmo que prejuzga (la IA está hecha a imagen y semejanza de su creador); una barrera de contención que nos mantiene dentro de la zona de confort. A la vez, esa barrera nos limita el radio de acción. Por ejemplo, si hubiese sido por mí, no se me hubiera ocurrido poner “Si tú no estás”, el último atardecer del invierno. Por otro lado, no me molestaría vivir aún en la ignorancia de la existencia de la tal Karol G o confiado en su origen angloparlante.

El sábado pasado (o algún sábado anterior a este presente continuo que crea la escritura), La Maravillosa Orquesta… tocó por primera vez en Buenos Aires. Ahí estuve gracias a una sucesión de casualidades que se desencadenaron el día que le di clic al link de descarga en una página que ya no recuerdo cual era. Fue un show hermoso, una lista impecable aunque, como suele ocurrir, faltó alguno de los preferidos. Se los notaba con la alegría de una primera gira muy lejos de casa. Al terminar, me volví escuchándolos. Tampoco hay que dejar todo librado al azar. A veces, viene bien ayudarlo un poco.

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