El polvo sobrevuela la casa. Lo veo a trasluz y pareciera jugar, divertirse, contra un rayo de sol que entra por la ventana. Y lo odio. (“Lo inhalarás. Y te hará hacer cosas terribles”, Aguanta la respiración, de Karrie Crouse y Will Joines).
Siento polvo en las teclas con las que intento escribir, en el pelo que se va empastando con el paso de las horas, en cada superficie que toco, cada prenda que me pongo. Huelo polvo. Soy polvo. Polvo eres y al polvo volverás (Génesis 3:19). (“Fah, un problemita de clase media y te pusiste bíblico”).
Desde hace dos (2) meses, estoy sin baño. La obra se estiró mucho más de lo esperado (ya que venimos en el tren, dicen las Santas Escrituras que jamás en la historia de la humanidad, al menos desde que hay escritura, una obra culminó en tiempo y forma. Posiblemente, sea una nueva encarnación de Ladrones del Tiempo a investigar. ¿Por cuánto le habrán pifiado los que diseñaron las Pirámides?).
La aventura de la obra incluyó peleas y cambio de gente a cargo, sin contar con que todo arrancó con una pequeña perdida que derivó, sin estar planificado, sin ser conscientes de lo que es no tener un baño, en semanas de dilación, de que toda charla condujera a algo relacionado al mismo, de enterarme que hay miles de opciones para cada detalle que luego pasará desapercibido y que perderán la batalla contra la comodidad, a la que nada puede ganarle. Puedo salir un rato de mi zona de confort para hacerme el que me interesa adaptarme, bucear en las nuevas tendencias que mezclan neurociencia y psicología, pero solo con la promesa de que volveré, de que en algún momento hallaré un nuevo confort.
Uno no le suele dar valor a las cosas que da por sentado. Comprender los mecanismos que hay detrás de una carencia solo ocurre cuando ésta ya es un hecho.
El ejemplo más fácil es el de un amor perdido pero eso, en la mayoría de los casos, ya no tiene solución. Al menos, a corto plazo. ¿Cómo se reenamora uno de alguien que perdió el encanto sino es con tiempo y perspectiva? Y, a veces, con la necesidad de comparación.
Otro, es la falta de salud. Ese es más grave, sobre todo cuando el diagnóstico no brinda demasiadas esperanzas o el síntoma hace que la vida nunca más vuelva a ser lo que era. “La decrepitud no es una sobrevida agradable”, dijo el Indio. Y me conquistó.
A veces, es más sutil, como un pequeño dolor que complica el normal fluir y que con el paso de los años va apareciendo con mayor facilidad y frecuencia. Una molestia en la espalda, una puntada en la rodilla, las cervicales y su guerra constante por no adaptarse a la vida moderna. Mi pronóstico es que al habernos convertido en Seres de Pantallas, el cuerpo de los humanos evolucionará para que no sea menester que la pantalla esté en línea recta a los ojos, la espalda formando una escuadra perfecta con las piernas (¿sueñan los androides con ovejas eléctricas?) y que debamos pararnos cada cuarenta minutos para que los huesos no se atrofien. También, los dedos tendrán una mejora para no lesionarse por scrollear sin un objetivo claro mientras el mundo pasa alrededor. Una vida más triste, puede ser. Pero sin dolores. Otra forma de lo que describí por acá arriba: La conformidad, una vez más, ganándole a la belleza.
Esto lo escribo con un fuerte dolor de espalda y un orzuelo que me trajo la carencia del baño. Extraño la vieja normalidad de moverme sin quejidos, de contar con la apertura completa de mis ojos sin ardor, de ir al baño, presionar un botón y que salga agua, de terminar la jornada laboral y cortar el día con una ducha cálida, reconfortante, mi propia separación (Severance) que me haga olvidar de ese otro que fui hasta hace un rato.
En medio de toda esta obra, España un día se quedó sin luz. Creo que todavía no se supieron del todo las causas (aunque puede que sí pero en este tiempo yo me estuve informando solo sobre sanitarios, rejillas, porcellanatos, griferías. ¿Pasó algo relevante en el país…?) pero quedó claro que nuestra vida cotidiana pende de un hilo. Una perdida en un baño, un muchacho que, según la historia oficial, ordena sopa de murciélago de almuerzo o la caída intempestiva del suministro eléctrico puede cambiarlo todo en cuestión de minutos.
El éxtasis de un porvenir mejor a esta actualidad destrozada, que olvidamos que ya no es la misma actualidad de cuando todo empezó, hace que todo se vuelva soportable y que se dificulte vislumbrar un futuro peor. Sin embargo, nada nos asegura que el nuevo confort sea uno mejor que el anterior. Solo es nuevo.
Mientras termino de escribir esto, me dicen que finalizaron la colocación de los cerámicos. Voy al baño. Está bien. Está quedando lindo aunque, en el fondo, mientras me explican cosas que escucho como un murmullo, solo anhelo mover una canilla y que salga agua caliente; dejar de usar un balde como cadena; poder bañarme y que el polvo desaparezca. Salgo al balcón. Afuera el viento es todo lo puro que una gran ciudad puede dar. Inhalo. Aguanto la respiración. El polvo no ingresa en mí, no me hará hacer cosas terribles. Todo va a estar bien.