#5 – Cuenta Pendiente

El universo nació entre ruidos. Si nos imagináramos el primer segundo de la creación, si es que hubo un primer segundo y eliminamos la posibilidad de un señor de barba experimentando con lo que tenía a mano, veríamos rocas y lava colisionando, explotando. Y ruido. Mucho. No importa que no lo escuchemos como al árbol en el medio del bosque. Sabemos que lo habría.

Pero con el tiempo, cuando todo se acomodó y encontró su lugar en este desorden, ese ruido también lo hizo y se convirtió en sonido. Siguiendo en ese escenario, todavía sin la aparición humana, el mismo se limitaría a animales comunicándose o intentando entender ese mundo sin palabras, sin poder decirse que estuvieran tranquilos, que aquello era solo el estruendo de una ola golpeando con una piedra, o un trueno en el cielo lejano anunciando una lluvia próxima. Tampoco habría, todavía, una religión aprovechando eso para generar miedo y adeptos.

Después llegó el humano y, como si el big bang fuese una simple alegoría de su inicio, lo hizo también de forma ruidosa y entre líquidos hasta que un tiempo después pudo ordenar el sonido y hacerlo armonioso. Al menos algunas veces. Y creó lo que nos hace diferentes a cualquier especie que se precie de avanzada: la música. Luego, aparecieron los Beatles y la llevaron a su máxima expresión, pero esto es para otro texto (o ya pasó en alguno).

Cualquiera de nosotros puede relacionar algún momento de su vida con una canción. ¿Cómo no iba a ser triste la melodía de Un’state Italiana si nos iba a traer de por vida el llanto del Diego tras un penal que nos dejaba con las manos vacías, o el movimiento de su boca insultando a los que se habían empachado de su mejor versión domingo a domingo? Ahora, desde el año pasado, Muchachos nos hará, por un tiempo, creer que podemos ser felices en comunidad y nos llevará a recordar ese mes en el que llevamos aquel deporte a lo que los Beatles hicieron con la música. Basta solo con mirar lo que es ese segundo gol en una final del mundo…

Por mí parte, cada vez que escucho El cielo puede esperar vuelvo a mí habitación de la infancia y al doble casetera, que había perdido las tapas en alguna batalla, en el que lo ponía incansablemente. Cada tanto lo vuelvo a escuchar y son 34 minutos de euforia y alegría a pesar de la desesperanza que sobrevuela en el disco.

O con A Little Respect (Erasure fue una de las primeras bandas que me gustó, cuando empecé a tomar conciencia de que varias canciones podían pertenecer al mismo artista y que formaban parte de algo superior que se llamaba disco) se me arma a la perfección La 8, la escuela en la que hice la primaria. Siento el olor de la máquina de humo en un salón semi vacío por un baile no muy exitoso en convocatoria y percibo el perfume de la primera chica que me rompería el corazón unas semanas después (pero que aquella noche de pequeña victoria se suponía eterna), vuelvo a saborear la coca fría, un lujo reservado para esas ocasiones, servida en un vaso de plástico blanco con el que un rato después improvisaríamos un fútbol entre amigos, lejos de preocuparnos por el qué dirán o por las convenciones sociales de lo que deberíamos hacer en un baile.

Pero el disco que marcó un antes y un después en mi relación con la música, y con el mundo, fue El Amor Después Del Amor del gran Rodolfo Páez. Y de ahí nació un idilio unilateral que se mantiene hasta hoy. Me hace feliz ver a Fito tocando y me alegra cada vez que saca un disco, un libro, una película. ¿Cuántas personas, incluso cercanas, logran generarnos eso a lo largo de nuestras vidas, durante tanto tiempo?

La semana pasada, Fito volvió a Vélez para conmemorar los treinta años de la salida de aquel álbum y celebrar el gran momento que está pasando. Hay como un renacimiento y reconocimiento (más que justo) a su obra que se había perdido en esa pavada de “No sacó nada bueno después de El Amor Después Del Amor”. Y la de los más snobs: “Lo escuché hasta Tercer Mundo”. Sí, sí, muy bien, tomá este caramelo y andá a jugar.

Me acuerdo cuando fue aquel show (acá se puede ver completo). Tenía once años y no se me ocurría ir a un estadio, imagino que tampoco me hubieran dado el permiso. En aquellos tiempos los shows de estadios se ponían más bravos. O uno lo percibía así, con esa visión de enormidad que da la estatura. El mundo era un lugar mucho más grande. Y envidié, e incluso posiblemente todavía lo haga, a Diego, un compañero de primaria que sí fue acompañado por su hermana mayor que también gustaba de Rodolfo. Y esa espina me quedó clavada, una cuenta pendiente. Encima, le habían regalado una caja que contenía todos los discos previos a El Amor…

Yo los fui comprando de a uno y, creo que eso me ayudó a generar otro tipo de vínculo. Todavía me acuerdo de un día volviendo de natación que pasé por la disquería (dale, ¿tampoco conocés el término disquería, IA?) del barrio y tras charlar un rato con el dueño me llevé Ey!, pedazo de disco. Pero ahí también, y esto se llama Textos Dispersos por algo, se puede ver un poco la diferencia en la forma en que se consumen los contenidos hoy, en especial, las series, donde ya no importa de qué van sino ver la mayor cantidad en el menor tiempo para que no te la cuenten. O para tener algo de lo que hablar con esa gente con la que quizás no hay tantas ganas de hablar.

(Los Espíritus De La Isla)

No hay tiempo para procesarla que ya se estrenó la nuevísima con una temática similar, mínimamente modificada, para volver a vender y atarte ocho, diez horas, a la misma historia. “Mi enemigo es el sueño”, dijo uno de los dueños de Netflix hace un tiempo.

También pasa con las discografías, que están subidas todas para que la gente elija escuchar listas o los “This is…” que juntan los temas más populares sin un orden, sin una búsqueda sonora, estética. Quizás me estoy poniendo viejo.

Dicen que cuando uno se enfrenta al último segundo de su vida se le cruza todo lo que vivió. O lo más destacable. Pero hay otros eventos en los que pasa algo similar. Y cuando empezó a sonar, treinta años después, El Amor Después Del Amor, con esa base tranquila, que te prepara durante dos estrofas para la explosión posterior, todo esto se me pasó por la cabeza. Y aquella cuenta pendiente, finalmente, quedó saldada.

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