Me subo a la línea B después de cruzar media ciudad en colectivo. En la estación siguiente, entra una pareja. Los dos arreglados de esa forma inequívoca de padres promediando los cuarenta, con pasado rockero, que consiguen una salida de novios. Cierta coquetería que se mezcla con prendas amuletos que los acompañan desde hace tiempo y en las que se aprecia el paso del mismo. Imagino unos hijos festejando por una pijamada con tíos o abuelos. Uno de los tantos engaños pergeñados minuciosamente por los padres para que crean que es una victoria de ellos. Y quizás lo sea. Los niños felices. Los padres, también. Una jornada en la que vuelven a sentirse como en las viejas época, esa imagen, esa foto, que para ellos es la única que verán cada vez que se miren a los ojos, que sonrían. Pequeños gestos que el tiempo no puede robar.
Se bajan unas estaciones antes del destino pero no tengo dudas de que vamos al mismo lugar. Me apuesto a mí mismo el aguinaldo, esos juegos que uno tiene consigo para amenizar ciertos momentos. Imagino el plan. Parada obligada en alguna de las pizzerías clásicas de la zona antes del show. Como se bajaron en Carlos Pellegrini supongo Las Cuartetas o El Palacio. Buen plan, me digo. Pero hace mucho que no vengo por el Centro, además de que vivo a la vuelta de El Fortín, palabras mayores, así que aprovecho que falta una hora para el recital, me como un pancho y me voy a caminar. Me gusta pasear por el Centro de noche. En otra época, solía frecuentarlo más, así que ahora, cada vez que vengo, trato de caminarlo un poco. Me llevo la birra de la cena (de campeón) y arranco.
Voy por Lavalle. La vida de la noche del Centro siempre me pareció fascinante, un misterio. Somos miles los que pasamos en el día pero hay otros que lo habitan. Se nota en su forma de moverse, de relacionarse con el entorno. Es otro Buenos Aires. Se reconocen, se saludan. Durante años caminé por estas calles pero siempre como un extraño. Aunque lo hiciese todos los días, siempre era de paso. Esta zona es de ellos. Arbolitos nocturnos (imagino una película entera sobre alguien que tiene que ir a cambiar dólares a esas horas por esas calles con esos señores), personas paradas en las esquinas o cerca de algún bar, los comerciantes o los empleados de los comerciantes con los que manejan otros códigos, de cierta cofradía y, claro, los que viven en la calle que, en los últimos años y se podría decir que a lo largo de la ciudad, crecieron exponencialmente.
“¿Cuál es tu vena abierta, degollada ciudad? ¿Dónde guardás a los que no duermen? ¿Y quién te lava los pies de tanta roña y dolor? ¿Dónde escondés las bocas rotas?”
«Pejerrey«, de Caballeros De La Quema
El destino quiere meterse en el texto, o esas son las cosas que queremos creer los que gustamos de esto de escribir, y cuando retomo por Corrientes en dirección al río me cruzo a la pareja del subte y compruebo que, nuevamente, nos dirigimos hacia el mismo lugar. Festejo mi victoria, mi olfato, mi aguinaldo a gastar (que no se duplicará a pesar del juego), aunque estiro mi caminata un poco más y los pierdo de vista por lo que no termino de confirmar mi hipótesis. Pero festejo. Siempre lo supe y elijo creer.
Paso por la fachada de lo que fue un cine. Trato de recordar y creo que es en el que unas vacaciones de invierno de la niñez vi en estreno Día de la Independencia. Ahora es una iglesia Universal. El Musimundo de Florida y Córdoba, donde solía entrar a ver las ofertas (todavía me arrepiento de no haber comprado la discografía completa de Sumo a un número hoy irrisorio), está convertido en un Megatlon. Quizás, sea en esas derrotas, en esas entregas de territorio donde comenzamos a perder. A perdernos. Esto tendrían que explicar los políticos. No lo económico que nunca, gane quien gane, nos lo van a resolver. Pero esto es más peligroso.
A la tarde, en un grupo de Whatsapp, un amigo dijo que para él en dos años los cines mueren (le gustan bastante los títulos sensacionalistas). En ese mismo grupo, algunos declararon que iban a votar a Milei y pasaron un video en el que los periodistas parecen reírse ante cada respuesta del flamante candidato a presidente. Encuentro una relación intrínseca entre ambas situaciones que se me escapa al entendimiento. Pero está ahí. Y no puedo creer como ese tipo logró colarse en la conversación. Menos, claro, entiendo como puede tener tanta intención de voto.
«Rajá rata«, de Caballeros De La Quema
“Don Señor ministro del orto, eunuco mental ¿Cómo dice que le va a usted y a sus chanchitos? No sé si le cuentan, anda suelta la rabia.”
Unas horas más tarde, en medio del recital, el estadio completo canta el clásico “El que no salta es militar” antes de Madres y se me vuelven esas imágenes, y me pregunto si viviremos en el mismo mundo. ¿Alguno de todos estos que me rodea votará a Milei? ¿Alguno aceptaría un mundo sin cines?
Las perspectivas para el año que viene no son muy promisorias. Los candidatos arrancaron con su circo que no se relaciona con sus actividades por venir sino más bien con la frivolidad que los puede hacer crecer un punto en la opinión pública. O tratar de bajar al otro. Algunos gritos para llamar la atención, spots ridículos a modo de propaganda, de ser posible acercándose a alguna de las formas de la pobreza que necesitan para sostener su farsa. La política reducida a la expresión más banal. Todo esto debe haber empezado cuando alguien le dijo a un candidato “Lo que vos necesitás es un agente de Marketing”. Puede que haya sido similar al día que cambiaron un cine por una iglesia.
En el medio, como siempre, estamos nosotros, los que, a veces, seguimos soñando con un mundo mejor pero cada vez con menos fuerza, menos convicción y nos vamos conformando con un poco de hedonismo, con que el año que viene, cuando la crisis tan pronosticada nos explote (el dólar, ese Dios que nos domina y nos dirige, subió desde el show a hoy, en menos de quince días, unos 100 pesos), aún más, en la cara, podamos mantener el resto que nos permita salir con nuestras parejas, ir al Reducto con amigos, darnos algún gusto, a veces, con un poco de culpa o caminar por el Centro con una birra en la previa a un recital de una banda que nos haga creer un rato que el mundo que soñamos todavía es posible. Y así resistir hasta que todo se acomode. O hasta estallar.
«Me abrazo a la rabia de los vencidos que cruzan sin mapas la oscuridad hasta estallar.»
«Hasta Estallar«, de Caballeros De La Quema